Susan Crowley
21/12/2024 - 12:03 am
Tomb Raider va a la Ópera
María Callas, predispuesta a la infelicidad, con una garganta que hacía llorar al público y que era un contador del tiempo que la llevaría a la muerte. Abusiva de su voz y de su desdicha, amó y fue amada.
Una vez más el problema de los biopics. O se impone la magia del retratado, y el actor elegido es capaz de vaciarse de sí mismo para encarnarlo (es el caso de Fredy Mercury, Elton John, incluso Whitney Houston entre muchas y muy bien logradas caracterizaciones), o resulta una farsa. Ese es el caso de María Callas y Angelina Jolly. No tengo nada en contra de ella, me parece una de las mujeres más misteriosas y bellas del cine; ha sabido marcar con su impronta a Hollywood, es rebelde, independiente, ambiciosa, seria y presumo, por su trayectoria y las películas que ha hecho, una mujer con una enorme sensibilidad.
Pero de ahí a convertirse en Callas hay una diferencia imposible de subsanar. Angelina es Angelina. Su defecto o virtud es que, haga lo que haga, es ella. Es tanta su personalidad que no logra ser camaleónica y menos con un desafío como el que representa Callas. Es como si chocaran ambas en vez de fusionarse.
Pablo Larraín, el director, debió saberlo. En una entrevista se declara orgulloso de su obra, ya que gracias a ella mucha gente conocerá a la diva. ¿Conocer a Callas a través de Jolly es un logro? Callas es una figura legendaria. Una voz que logró los momentos más sublimes de la ópera y los más desafortunados.
El documental Maria by Callas, de Tom Volf, intenta desentrañar a la leyenda para mostrarnos su lado humano y frágil. María Callas tuvo un don que también fue su condena. En una de sus entrevistas, narra cómo sufrió el abuso de parte de quienes querían explotarla, principalmente su madre, su esposo Giovanni Battista Meneghini y el amor de su vida Aristóteles Onassis. Su don se convirtió en un represor interno que la obligó a vivir a la altura de ese tesoro que tenía en la garganta. Callas no se autorizaba reposo o libertad para llevar una vida “feliz”. Lo que le ofrecía a su público, se lo quitaba a ella misma. Con su portentosa voz abarrotó los escenarios. Conocedores, fanáticos y curiosos pagaban lo que fuera por verla interpretar uno de sus legendarios roles. Su extravagante personalidad rebasó los escenarios y desbordó las páginas de sociales.
María les dio de comer a quienes movían el universo de la ópera al mismo tiempo que nutrió cualquier cantidad de reportajes llenos de chismes sobre su vida privada. Cantó como amó, con el mismo músculo, un corazón frágil que la condenaría a un infarto al miocardio a los 52 años. A esa temprana edad había vivido todo, padecido todo, desde la pasión de sus admiradores que la veían como una diosa, hasta el dolor profundo y el abandono de la única persona a la que verdaderamente amó. Perseguida, asediada, adorada, pero también juzgada y agredida por sus detractores; frágil y con una debilidad siempre a flor de piel. María escaló cada vez más alto. Vinieron los años de gloria y esplendor. Los teatros se la disputaban al mismo tiempo que no se le autorizaba un fallo. Cualquier cancelación por enfermedad la convertía en la diva berrinchuda, caprichosa, voluble, inconstante. Su carrera se llenó de adjetivos positivos y negativos con la misma intensidad con la que ella dejaba las cuerdas vocales en cada ópera. De reconocérsele una técnica perfecta y asombrosa interpretación, a juzgarla sin piedad por errores que llegarían a ser su sello de autenticidad. La belleza de su voz fue la suma de sus aptitudes y también de sus errores. No podía ser perfecta porque era el alma misma fugándose cada noche.
Su encuentro con el potentado griego precipitó su carrera a la encrucijada entre las ganas de seguir cantando y la necesidad imperiosa de complacer a su amante. Soñando con una relación estable dejó a su público sin importarle las consecuencias. Así vino la decadencia y luego la traición de un amor en el que depositó todo. María se enteró a través de los periódicos del matrimonio de Onasis con la no menos famosa socialité e icono de la elegancia, Jackie viuda de Kennedy. En sus cartas transmitió el dolor profundo que esto significó. Perdió la voz y ya nada la rescató. El final de su carrera se llenó de oscuridad. Sin su voz, se probó como actriz haciendo de Medea bajo la dirección de Passolini. Una decepción. Su capacidad histriónica estaba ligada a su voz, a la música, al sufrimiento. Los últimos años los dedicó a impartir clases maestras, a extenuantes giras con un fracaso tras otro, sólo para recibir el aplauso de quienes aún querían sostener el mito. Su muerte llegó como el último don que los dioses le obsequiaron. Sola, desencantada, pero también liberada de su propia imagen de diva.
María es parte de la trilogía que Larraín creo. Spencer, un pasaje incierto en la vida de Lady Di, es la mejor lograda, me parece que gracias a lo inocuo de la princesa y la fascinante capacidad de borrarse de Kristen Stewart y su entrega para construir al personaje. Jackie es un bodrio con una pretensiosa Natalie Portman ejerciendo el método a cada segundo. A pesar del desequilibrado binomio, el director fue por más. María Callas, un icono demasiado explorado por los que aman la ópera e inexistente para los públicos más jóvenes. Jolly es una gran actriz, pero no le es fácil hacer una bio como no sea de Jolly (chiste de mi novio). Trabajó meses enteros, nadie duda de su intención y los méritos de estudiar y prepararse. Tristemente, al final, se nota ese esfuerzo y aún más por los acartonados diálogos que no dudan en recalcar que se trata de una diva. Aún peor, introduce un personaje imaginario, Antrax, la muerte que la espera, de una obviedad molesta e innecesaria. Muy bien Ari, el mayordomo y la dama de compañía (no pude dejar de pensar en su maravillosa actuación en La amiga brillante). Los escenarios, decorados y los momentos imaginados en los que se logra fusionar el personaje con la Callas real, son de buen gusto. Y ahí está el problema central de la película. Si no se conoce la trayectoria de Callas, poco se entera el espectador, ya que las escenas son viñetas aisladas, podría decirse, situaciones que sólo entiende quien fue su fan siempre y se ha devorado biografías y escuchado desesperadamente sus grabaciones remasterizadas hasta el cansancio y en la que aún se pueden encontrar fallas de voz importantes.
Después de ver Maria, me gustaría olvidar a Jolly y regresar a Callas como lo que fue: una diosa eterna que aún sigue siendo escuchada; a pesar de los años que lleva desaparecida, continúa como referente para todas las cantantes de hoy. No hay nadie que incursione en esta carrera que no aspire a alcanzar su grandeza. Fue tal su dominio que de cierta manera usó a sus victimarios para su propio provecho: su madre, Meneghini, los críticos, los reporteros caníbales y el gran depredador Onassis. Quizá todos ellos fueron un simple pretexto para que las cuerdas de su garganta se crisparan y emitieran los más dolorosos y profundos sonidos: graves perfectos, pero también aquellos agudos, a veces de gato que nadie se atrevería a cuestionar. Sin duda fueron los mejores momentos de la historia de la ópera.
María Callas, predispuesta a la infelicidad, con una garganta que hacía llorar al público y que era un contador del tiempo que la llevaría a la muerte. Abusiva de su voz y de su desdicha, amó y fue amada. Murió una tarde parisina con el único compañero fiel, el mito que la ha sobrevivido tantos años. En una época en la que nadie muere por amor, dejó de existir a la altura de las heroínas de sus óperas: Violeta, Cio- Cio San, Norma, Carmen, Medea o la enorme Fiora Tosca. Al interpretarlas, María Callas terminó encarnando su fatal destino. Quizá Larraín no esté tan errado. La interpretación de Jolly, a ratos Maléfica, a ratos Tomb Raider, nos obliga a explorar quién fue en realidad la gran diva. María Callas por siempre.
@Suscrowley
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